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  A LISBOA Y COIMBRA CON LA PRESIDENTA
24 de enero de 2001
 

A la presidenta del Congreso, Luisa Fernanda Rudí le invitaron oficialmente a visitar Portugal. Luego le dijeron que llevara una amplia delegación. Fue por esta razón que entramos en el cupo viajero, ya que ni Coalición Canaria, ni el Grupo Vasco, ni el Mixto, estábamos en la Mesa del Congreso que era el formato que quería dársele en un principio al viaje. Los presidentes suelen viajar con la Mesa para mantener una buena relación con aquellos con los que conviven, aunque, políticamente no sea lo más representativo ya que el Congreso se articula alrededor de los Grupos y no de los miembros de la Mesa, que es un órgano de dirección de la Cámara.

El caso es que nos invitaron a Luis Mardones (C.C.) a Begoña Lasagabaster (EA)y a mí y como el mes de enero no es hábil a efectos de trabajo en plenos y comisiones, allí nos fuimos. Hay que decir que todo esto vino precedido por una infantil bronca del inefable portavoz socialista, Jesús Caldera que, como consecuencia de que no le cambiaron el día de convocatoria de la Diputación Permanente de un viernes a un jueves y como, tampoco quiso la presidenta, cambiarla al lunes, por el viaje a Portugal, el caso es que montaron una rueda de prensa de vergüenza ajena para decir que no iban al viaje a oír fados y que en el mismo solo se iba a trabajar tres horas. Hacer oposición de ésta manera describe el olfato político de un partido que se describe como organización con visión de estado.

Yo había estado en Portugal, anteriormente, en cuatro oportunidades distintas. Las dos primeras con la Democracia Cristiana y las dos últimas, con los Grupos de Amistad. Recuerdo que en la primera le ayudamos al salvadoreño, Napoleón Duarte a organizar una rueda de prensa, así como en la tercera estuvimos en la constitución solemne de la primera Comisión de Amistad Hispano-Lusa. En un pequeño avión íbamos Pons, Roca, Herrero de Miñón, Martín Toval, Bandrés y otros portavoces. En la cuarta fue para ver la Expo, cuando presidía ésta Comisión un diputado socialista valenciano, Pepe Beviá, que siempre que me veía me reclamaba la fotografía que le saqué junto a la estatua sentada de Fernando Pessoa en el Chiado. Ya se la mandé.

Políticamente lo noticioso en esos días era que la víspera del viaje se había presentado la candidatura a Lehendakari de Nicolás Redondo con un Zapatero que nos anunciaba soledad y radicalidad así como que mientras duró el viaje siguió el debate sobre las “vacas locas”, el submarino en Gibraltar, el uranio empobrecido, un terremoto en El Salvador, mientras se le destituía al director de Telemadrid por un reportaje sobre Euzkadi, la condecoración póstuma de Melitón Manzanas, la detención del hijo de un Comisario como componente del Comando Barcelona y la conferencia de Mayor Oreja en la Academia de la Historia.

En la delegación viajábamos todos los partidos, salvo el PSOE. Salimos de Madrid el lunes 15 de enero en vuelo de Iberia que llegó en una hora al aeropuerto de Portela de la capital lusa. Nos metieron , en una caravana de Mercedes negros. Me tocó el cuatro, junto a la diputada de IU, Presentación Urán, con la que arreglé el mundo, IU, y el pacto de Lizarra, durante los cuatro días que duró aquel viaje. Y es que este tipo de delegaciones viajeras tiene también la virtud de lograr que la gente se conozca y hable de todo. Y eso es bueno. Fernández Ordóñez solía decir que la ideología cabe en la punta de una servilleta y el resto son relaciones personales. Llegamos de esta manera al hotel Ritz, lugar donde siempre nos habíamos alojado, aunque no con la calidad de éste viaje. El Ritz es un hotel señorial, de paredes de mármol, situado en lo alto de la ciudad en la rua Fonseca. Un sobre con una botella de Oporto y un pisapapeles de la Asamblea, nos daba la bienvenida en la habitación.

Nada más llegar y de acuerdo al apretado programa, el embajador Pepe Rodríguez Spiteri organizó una recepción en la embajada española, en la rua do Salitre, un magnífico palacete con un espléndido jardín, con estancias propias de un palacio de otra época. Estando hablando con el corresponsal de TVE y el de El País nos llevó donde el ministro de la presidencia y el Presidente de la Asamblea, para pasar a conversar con empresarios de Repsol, Construcciones y Contratas, Feria de Muestras y demás. Aquel momento, Portugal era el mayor cliente de España por encima de América Latina. Trabajan, nada menos, que tres mil empresas, lo que hace que la página aquella en la que se decía que Portugal y España vivían de espaldas, era cosa del pasado. Como la quema de aquel Palacete cuando las ejecuciones de Franco en octubre de 1975.

De hecho la actitud de una avasallante España preocupa a una Portugal más pasiva y más pequeña. “Con mercado único, con moneda común, con Shegen, ¿qué queda en Portugal?”. “Solo el fado”, comentábamos. Y aunque ya no ven a España como en el dicho de que de España solo llegan malos vientos y malos casamientos, los ecos de la última Cumbre de Niza mantienen todavía algún rescoldo de resquemor.

De repente apareció un rot wyler en la recepción. Ya era hora de marchar, y tras conocer la impresionante casona nos fuimos a los Docas, pequeños restaurantes en el muelle donde la presidente pidió bacallao. Yo hablé con el encargado de negocios. Había sido el último cónsul en Hendaya y lamentaba haber estado solo dos años. Recordaba cómo un policía francés le dijo que no se podía acabar con ETA sin lograr que el apoyo social decreciera a un 5%. Nada que ver con la nefasta política del agresivo PP.

CON GUTERRES.

La primera visita fue al primer ministro Antonio Guterres en su residencia oficial. Estuvimos casi una hora. Es un hombre cercano, cordial y directo. Arriesgó en sus juicios sobre la situación, europea y general diciendo cosas de interés. Le preocupaba la ampliación de la Comunidad al Este, sin un plan preconcebido, la debilidad de la Comisión, o un Parlamento con déficit, mientras apostaba por una segunda Cámara compuesta por los Parlamentarios de los Estados y no se fiaba de la tradición democrática de los nuevos aspirantes. El no podía presionar a la justicia portuguesa y sin embargo, había tenido que hacer una gestión en un país del Este de éste tipo y había prosperado.

Permitió una ronda de preguntas. Yo le recordé como Monnet había dicho que a Europa la haría la moneda y si no creía que eso iba a acelerar las cosas. Dijo que si, pero que había problemas de comunicaciones, de identidad, de cultura, de inmigración, que había que abordar con un criterio más europeo.

Mardones le preguntó por el horario. Portugal tiene una hora menos que España, como Canarias, y si eso no les perjudicaba económicamente. Contestó diciendo que los niños salían de las escuelas de día e iban de noche y eso no era bueno, aunque quizás si lo fuera para él, un padre con una hija de quince años. Me llamó la atención la respuesta. Creo que la hora de diferencia es también un sello de identidad portugués. Otro de los asuntos fue el de las comunicaciones. Apuestan por la conexión con el AVE, Madrid-Lisboa, aunque los de Oporto prefieren la conexión Lisboa-Oporto-Irún.

Después de saludar uno a uno, los portugueses son suaves y ceremoniosos, fuimos al Palacio de San Bento, sede de la Asamblea portuguesa. Es un bello edificio neoclásico, en cuya explanada nos esperaba una banda que interpretó los himnos de España y Portugal y al terminar, “Barras y Estrellas”, mientras la Presidenta pasaba revista a aquellas tropas de guardarropía.

Había llegado el momento de la presentación de la Mesa y portavoces de la Asamblea portuguesa, presidida por un veterano de la política como Almeida dos Santos que lo ha sido todo, salvo primer ministro. De ahí lo inexplicable de la ausencia del PSOE cuando en la visita todos los interlocutores eran socialistas. El Presidente de la República, el primer ministro, el presidente de la Asamblea. Increíble la visión de la jugada del “líder” Caldera.

Tras las presentaciones portuguesas, nos fuimos todos a la sala de Doña María una reina con cierto parecido a Isabel II. Allí tuvo lugar el encuentro conjunto de las Comisiones de asuntos Extranjeros, Comunidades Portuguesas, Cooperación y Asuntos Europeos. Todo fue muy civilizado. Intervenimos todos.

En mi turno les recalqué lo poco que se tarda en llegar de Madrid a Lisboa, lo mismo que de Bilbao a Madrid y que en estos años, la Comisión de Amistad apenas había trabajado en serio, por lo que había que huir de las reuniones protocolarias para abordar bilateralmente los asuntos concretos de las infraestructuras, inmigración, agua y Europa, ante una moneda única, que estaba a la vuelta de la esquina y ante los retos de una Europa federal, como quería el primer ministro Guterres, una Europa demasiado grande y con una necesidad de estar la península en el núcleo duro europeo, aunque luego haya círculos concéntricos de poder. Si los capitales y las mercancías andan como Pedro por su casa, las personas se tienen que conocer para hacer cosas conjuntamente. Terminé diciéndoles que si ellos y nosotros teníamos en común la capacidad de convertir una suela de zapato, una alpargata, como es el bacalao, en un plato magnífico de gastronomía y ellos tenían más de 200 maneras de hacerlo, el planteamiento de la Comisión de Amistad que debería reunirse en breve, no podía ser muy difícil. La comparación les hizo gracia y todos asintieron.

Salimos de la Asamblea para ir a comer al Guincho, en el restaurant Puerto de Santa María, frente a un Atlántico muy batido.

En la mesa que me tocó para degustar un magnífico bacalao desmigado, nos tocó a la Secretaria General y a un diputado socialista, Artur Penedos, que era el presidente de la Comisión de Trabajo. Hombre de aparato, cordial, veraneante en Bayona (Galicia) destacaba como eran más los portugueses que sabían castellano que al revés. Mejor para ellos.

Portugal tuvo la suerte de aprovechar una buena coyuntura histórica. Por el Tratado de Lisboa en 1668. España reconoció la independencia de Portugal, aunque ésta se había producido ya en 1640 con la proclamación como rey del duque de Braganza. La situación del rey español en ese año, Felipe IV, con una difícil posición en la guerra de los Treinta Años, así como el conflicto catalán –la rebelión de Catalunya en 1640- con sus fuerzas militares volcadas hacia el Este, le impidió hacer frente a lo que entonces se consideró un movimiento separatista más, siendo imposible para España, recuperar ese reino. En la figura del rey portugués Juan se había producido lo que la historiografía portuguesa denomina la restauración. A cambio, mediante el Tratado, España –en la que en 1668 reinaba Carlos II- recibió Ceuta.

De todas estas cosas me había empapado antes del viaje porque sabía que la preguntita sobre los vascos era inevitable: “¿qué quieren ustedes?”. Y yo les respondía, tras soltarles el rollo histórico: “Lo mismo que ustedes”.

Habida cuenta que allí estuvimos más tiempo que el debido, no fuimos, como estaba en el programa a visitar el Cabo de Roca. Al día siguiente, debajo de la puerta de la habitación del hotel me encontré con un diploma que decía, con mi nombre, como había estado en el Cabo de Roca, en Sintra, el punto más occidental del Continente “donde la tierra se acaba y el mar comienza”. Alguien se quedó con un palmo en las narices, respecto a la visita, que sinceramente nos apetecía.

Lo siguiente, tampoco tenía desperdicio. Se trataba de visitar el Palacio Nacional de Sintra. Hacía dos años había estado en la explanada del castillo. En ésta oportunidad estuvimos dentro, en aquella localidad preciosa rodeada de vegetación y caza. Destacaban sus dos chimeneas cónicas de la cocina y su estilo manuelino con unos azulejos preciosos.

Bastante tocados por el ajetreo volvimos al hotel para al poco ir a la antigua sede de la Expo 98. Allí nos invitaron a una buena cena en uno de los restaurantes, el Nobrest, en el Parque de las Naciones. Terminada la misma, y muy cerca de allí, nos llevaron al Teatro Camoens, para escuchar a la Orquesta Sinfónica Portuguesa. Había estado allí, cuando la Expo, en una de las últimas actuaciones de Alfredo Kraus.

No siendo melómano, me gustó más la segunda parte del Concierto. La primera estaba dedicada a la interpretación del Concierto en Re Mayor de Brahms y la segunda a la Sinfonía nº 4 de Robert Schumann. La sala estaba llena, de gente joven, en día de semana. Si yo hubiera hecho la tercera parte de los movimientos de dirección del director chileno, Juan Pablo Izquierdo, estaría ahora escayolado. Un tipo bueno.

COIMBRA

Cuando desayunamos en aquel elegante recinto del Ritz poco imaginábamos que íbamos a vivir una situación inédita por lo inesperado y arriesgado.

Se trataba de ir a Coimbra, pero a la policía se le ocurrió que debíamos ir a 200 por hora. Llegamos en poco más de una hora, descompuestos y a punto de tirar la raba previo hecho el testamento. Aquello fue una verdadera locura, donde no nos matamos de milagro.

En la explanada de la Universidad nos esperaba el Magnífico Rector que tenía aspecto insignificante y no levantaba la voz para nada. Nos llevó a su despacho donde desentonaba el ordenador, ante aquellos estupendos azulejos y cuadros de Rectores, todos ellos eclesiásticos. Nos contó la historia de la Universidad fundada en 1290 en la que los mares lejanos, navegados por los portugueses, les trajeron materiales para maravillas varias: Los pórticos manuelinos de la Capilla de San Miguel o la exuberancia de las maderas exóticas y del oro de Brasil, de la que es ejemplo la Biblioteca Joanina, una auténtica belleza que impresiona nada más entrar. Por la elegancia de la Vía Latina se tiene acceso a la “Sala dos Grandes Actos” ese lugar solemne adornado con retratos regios, donde continúan celebrándose todas las grandes ceremonias académicas.

Tuvimos oportunidad de charlar con los 130 chavales españoles que estudian en Coimbra gracias al plan Erasmus. No son muchos en una Universidad de 22.000 estudiantes, pero si significativas sus demandas: pensum europeo, un idioma desconocido, una ayuda miserable, veinte mil ptas. cuando pagan por una habitación, treinta mil.

Vascos había cuatro. Tres de Bilbao y uno de Llodio. Una chica de Munguia, euskaldum, que me contó el tipo de vida que llevaban. Begoña Lasagabaster, presente en la Delegación, comentó, como, desde Salamanca, había una relación muy intensa con Coimbra.

Llegada la hora del almuerzo nos llevaron al Hotel Quinta das Lágrimas una bellísima casona con la estatua de Doña Inés de Castro con la cara tapada y recibiendo el besamanos de sus asesinos. La comida, como en todo el viaje fue exquisita y la conversación amena, ya que en la mesa teníamos al asesor diplomático del presidente de la Asamblea, un personaje curioso y culto que se puso furioso cuando al hablar de los fados, la Secretaria de la Asamblea dijo que en Coimbra se hacía un fado aristocrático cantado por hombres, no por mujeres, como en Lisboa. El diplomático montó en cólera por la distinción, pues el fado es el fado. Yo le apunté que eso es como decir que hay tangos aristocráticos. ¡Eso es!, contestó enérgico y desde entonces se hizo gran amigo, mientras desgranaba el por qué el actual Duque de Braganza nunca será Rey de Portugal y yo les decía que me maravillaba la devoción que tienen ellos por Juan Carlos y la poca por los suyos.

De forma más sosegada volvimos a Lisboa, cogiéndonos en la entrada de la capital los atascos propios de un día en el que jugaban el Benefica y el Oporto.

Siguiendo con el cuidado protocolo portugués esa noche tocaba cena oficial en la Asamblea ofrecida por el presidente Antonio de Almeida. Lo que más me impresionó de los prolegómenos fueron los canapés. Realmente exquisitos. Tras ese momento de departir, donde se busca al conocido para comentar lo cercano, pasamos a un gran salón con murales de colores muy vivos. Me comentaron que allí no podían llevar mandatarios africanos pues en los murales se exaltaban las hazañas de los portugueses en Africa y allí los pobres indígenas aparecían en actitud sumisa ante el europeo.

En el banquete me tocó al lado del representante del partido comunista, una persona muy interesante que contrastaba con la imagen que tenía del partido de Cabral, un estaliniano connotado. El vicepresidente del Grupo Comunista, Carvalho, me contó como solía ir a los Picos de Europa, que le gustaba mucho Barcelona, que Aznar no trata bien el tema vasco, que la regionalización, por la que ellos habían apostado volverá a plantearse dentro de unos cinco años, y que en veinte años las cosas habían cambiado ostensiblemente. Recuerdo con especial predilección, de un menú estupendo, una zarzuela de langosta como no he degustado en mi vida. Pero es que los portugueses, como si estuviéramos en el Arzac, nos pusieron perdiz a la Sierra Morena y una “Encharcada” con ananás y mango, realmente notables. En los postres tomaron la palabra Almeida y Rudi. El viejo tiburón sacó a relucir toda su antigua educación de caballero curtido y le dijo a la Sra. Rudí que si ella hubiera sido diputada en Portugal, él no habría llegado a ser Presidente de la Asamblea. Y es que los viejos rockeros de la política le dan un toque de distinción a lo que dicen que ahora, desgraciadamente, ya no se estila. La presidenta del Congreso estuvo más oficial. Con un discurso leído y con alguna incursión en portugués, agradeció la moción aprobada en contra del terrorismo de ETA mientras anunciaba una intensificación de relaciones.

Cerró todo aquel momento mágico de cortesías, salones, menús, y compañías, una intervención de la cantante de fados. Mafalda Arnauth, quien con tres músicos desgranó una serie de canciones portuguesas, terminando con el clásico “Lisboa antigua”. La chica, muy guapa, tiene un gran talento y una voz poderosa. Debe ser una notable reaccionaria, pero cantando, era una delicia.

CON EL PRESIDENTE SAMPAIO

El jueves 18 de enero fue el último día de estancia en Portugal. Empezamos la jornada visitando en el Palacio de las Necesidades, al Secretario de Estado de las Comunidades Portuguesas, personaje importante pues hay casi cinco millones de portugueses en el exterior y éste número puede condicionar una elección. Del buen trabajo en ésta franja por el partido socialista se han beneficiado los actuales dirigentes.

La presidenta Luisa Fernanda Rudi no estaba muy conforme con entrevistarse con un Secretario de Estado, pero el asunto debía tener su interés ya que hay unos treinta y cinco mil portugueses en España y una serie creciente de consulados, uno de ellos en Bilbao. En el turno de preguntas me interesé por los portugueses en Luxemburgo y por los consulados. La respuesta que dio fue en un portugués tan cerrado que tuve que intuirla.

Tras esta entrevista, la caravana dio unas vueltas para ver de cerca el Monumento a los navegantes portugueses, la Torre de Belén y un Tajo con sus dos espléndidos puentes, tan originales como el del Oporto, construido por un discípulo de Eiffel y que el día de reflexión de la jornada electoral había sido declarada, junto a Rotterdam, Capital Europea de la Cultura. La ciudad del Duero hubiera hecho buena pareja con Bilbao, por su dimensión, cercanía y aspiraciones.

Llegamos a los Jerónimos, que es un monasterio repujado en piedra, que es una auténtica obra de orfebrería en caliza y cuyo claustro estaba siendo restaurando. Subimos al coro y al ir, la ex-alcaldesa de Sevilla, Soledad Becerril me dijo que aquel tubo de aire tiene su homólogo en la Catedral de su ciudad donde lo llaman el “mata-canónigos”.

Ese día se había tenido que marchar el diputado de CiU, López de Lerma a Barcelona. Pujol designaba a Artur Mas, conseller en Cap, y en CiU había movida. Por esta razón no pudo estar en la recepción del Presidente de la República, Jorge Sampaio.

Llegamos pues al Palacio, una antigua residencia real, en una mañana luminosa y algo lluviosa. Mientras la presidenta era recibida en audiencia privada departimos con el chambelán, un antiguo cónsul portugués en Barcelona que preguntó por la cuestión vasca. Al poco llegaron, Sampaio y Rudí y, sentados, fuimos presentados. Cuando me dio la mano me preguntó: ¿Yo, a usted, no le conozco?. Luego tuvo interés en que no me diera el sol en la cara.

Sampaio era la primera recepción que realizaba tras su triunfo electoral del domingo anterior en una reelección para su segundo mandato. La primera le había vencido a Cavaco Silva por 53 a 46 y ésta segunda a Freitas do Amaral por 55 a 34, con una baja participación.

En la campaña había hablado de la necesidad de que la justicia supere los factores que la bloquean y cumpla con plenitud la función como garante del estado de derecho. Durante sus anteriores cinco años había ejercido una denominada magistratura de influencia, sobre todo en asuntos sociales, mientras cerraba el imperio ultramarino portugués con la entrega de Macao, desarrollando un excelente papel durante la crisis de Timor Oriental.

De reconocida trayectoria democrática y liberal, diputado en tres legislaturas, socialista, ex alcalde de Lisboa, procede de una familia burguesa, culta y cosmopolita que heredó la flema inglesa de su madre, conservando fama de hombre tolerante, conciliador y moderado.

A todos nos causó una buena impresión. Habló del AVE, Lisboa-Madrid, de la necesidad de que se vuelva a abrir el debate sobre la regionalización de la que él es partidario para sacudir e implicar más a toda la sociedad frente al creciente centralismo de Lisboa, a la importancia de la relación peninsular y sus preocupaciones, a 25 años, de Portugal ante una España muy despierta y unos empresarios portugueses demasiado poco implicados, hizo una breve alusión al terrorismo, habló de la necesidad de un mayor interelación de los políticos peninsulares del Parlamento y no solo los ejecutivos y al tomarnos el Oporto, nos mostró su preocupación por implicar a la sociedad mucho más. Constataba que en campaña habían desaparecido las banderolas y yo le dije que esa consideración tenía trampa, ya que él fue candidato pero salía todos los días en televisión y eso el resto de los candidatos no lo tenían, aunque a veces ser demasiado conocido, tampoco era muy bueno. Dijo que sí, y que había que fomentar más debates y más coloquios en medios públicos. Tras la foto de rigor, salimos de aquella entrevista que nos dejó la buena impresión de un político serio y volcado en lo suyo.

Como era la hora del almuerzo, nos fuimos a Estoril, al restaurant de un gallego que tiene un local bajo el equívoco nombre de English-bar, con aspecto británico, pero condumio gallego. Nada más llegar comentamos la cantidad de whiskies que se habría tomado allí Don Juan de Borbón. El dueño lo corroboró.

Pero no terminaba ahí los contactos. Con las mismas, vuelta a Lisboa y vuelta a la casa del primer ministro, donde nos recibió el de la Presidencia un político curtido con aspecto de Mr. Bean, quien nos explicó como funciona su ministerio, como funcionan las relaciones Parlamento-Gobierno y cual es la postura europea de los portugueses y cosas así. Todos mirábamos el reloj pues se nos reducía la posibilidad de ir a comprar algo, habida cuenta del programa estajovinista que nos habían preparado.

El embajador me había comentado, ante mi admiración por los azulejos, que él se había comprado en una fábrica de cerámica, una colección de ellos, que los metían en una caja, y los había puesto en su casa de Girona. Con ese dato, con Begoña, Urán y el encargado de negocios, nos fuimos a una zona degradada de Lisboa, pero con mucho encanto, en el Chiado. Compré una especie de jarrón florido en azul y blanco de una cerámica pintada a mano, que me la metieron en una cajita de cartón, que a la presidenta le pareció como de digno inmigrante. Entre comprar una toalla o unos azulejos, me quedé con los azulejos. Urán compro la cola de una ballena en vidrio y Lasagabaster un abrigo.

Eso fue lo último. Coger las cosas en el hotel, ir al aeropuerto, despedirnos, mientras Mardones nos contaba sus vivencias en Rodesia y Mauritania y, al avión.

Llegamos tarde con la hora de diferencia y, a las doce, cogimos el coche para volver a Bilbao. Ni un segundo en Madrid. Un poco más y nos cierran Somosierra por la nieve.

En casa, Iker, el crío, en tres días había crecido tres cms y Naiara, la cría se había quedado sin una paleta dental, pareciendo Doña Rogelia. La vida continuaba.