A la presidenta del Congreso,
Luisa Fernanda Rudí le invitaron oficialmente a visitar Portugal.
Luego le dijeron que llevara una amplia delegación. Fue por esta
razón que entramos en el cupo viajero, ya que ni Coalición
Canaria, ni el Grupo Vasco, ni el Mixto, estábamos en la Mesa del
Congreso que era el formato que quería dársele en un principio
al viaje. Los presidentes suelen viajar con la Mesa para mantener una
buena relación con aquellos con los que conviven, aunque, políticamente
no sea lo más representativo ya que el Congreso se articula alrededor
de los Grupos y no de los miembros de la Mesa, que es un órgano
de dirección de la Cámara.
El caso es que nos invitaron a Luis Mardones (C.C.) a Begoña Lasagabaster
(EA)y a mí y como el mes de enero no es hábil a efectos
de trabajo en plenos y comisiones, allí nos fuimos. Hay que decir
que todo esto vino precedido por una infantil bronca del inefable portavoz
socialista, Jesús Caldera que, como consecuencia de que no le cambiaron
el día de convocatoria de la Diputación Permanente de un
viernes a un jueves y como, tampoco quiso la presidenta, cambiarla al
lunes, por el viaje a Portugal, el caso es que montaron una rueda de prensa
de vergüenza ajena para decir que no iban al viaje a oír fados
y que en el mismo solo se iba a trabajar tres horas. Hacer oposición
de ésta manera describe el olfato político de un partido
que se describe como organización con visión de estado.
Yo había estado en Portugal, anteriormente, en cuatro oportunidades
distintas. Las dos primeras con la Democracia Cristiana y las dos últimas,
con los Grupos de Amistad. Recuerdo que en la primera le ayudamos al salvadoreño,
Napoleón Duarte a organizar una rueda de prensa, así como
en la tercera estuvimos en la constitución solemne de la primera
Comisión de Amistad Hispano-Lusa. En un pequeño avión
íbamos Pons, Roca, Herrero de Miñón, Martín
Toval, Bandrés y otros portavoces. En la cuarta fue para ver la
Expo, cuando presidía ésta Comisión un diputado socialista
valenciano, Pepe Beviá, que siempre que me veía me reclamaba
la fotografía que le saqué junto a la estatua sentada de
Fernando Pessoa en el Chiado. Ya se la mandé.
Políticamente lo noticioso en esos días era que la víspera
del viaje se había presentado la candidatura a Lehendakari de Nicolás
Redondo con un Zapatero que nos anunciaba soledad y radicalidad así
como que mientras duró el viaje siguió el debate sobre las
“vacas locas”, el submarino en Gibraltar, el uranio empobrecido,
un terremoto en El Salvador, mientras se le destituía al director
de Telemadrid por un reportaje sobre Euzkadi, la condecoración
póstuma de Melitón Manzanas, la detención del hijo
de un Comisario como componente del Comando Barcelona y la conferencia
de Mayor Oreja en la Academia de la Historia.
En la delegación viajábamos todos los partidos, salvo el
PSOE. Salimos de Madrid el lunes 15 de enero en vuelo de Iberia que llegó
en una hora al aeropuerto de Portela de la capital lusa. Nos metieron
, en una caravana de Mercedes negros. Me tocó el cuatro, junto
a la diputada de IU, Presentación Urán, con la que arreglé
el mundo, IU, y el pacto de Lizarra, durante los cuatro días que
duró aquel viaje. Y es que este tipo de delegaciones viajeras tiene
también la virtud de lograr que la gente se conozca y hable de
todo. Y eso es bueno. Fernández Ordóñez solía
decir que la ideología cabe en la punta de una servilleta y el
resto son relaciones personales. Llegamos de esta manera al hotel Ritz,
lugar donde siempre nos habíamos alojado, aunque no con la calidad
de éste viaje. El Ritz es un hotel señorial, de paredes
de mármol, situado en lo alto de la ciudad en la rua Fonseca. Un
sobre con una botella de Oporto y un pisapapeles de la Asamblea, nos daba
la bienvenida en la habitación.
Nada más llegar y de acuerdo al apretado programa, el embajador
Pepe Rodríguez Spiteri organizó una recepción en
la embajada española, en la rua do Salitre, un magnífico
palacete con un espléndido jardín, con estancias propias
de un palacio de otra época. Estando hablando con el corresponsal
de TVE y el de El País nos llevó donde el ministro de la
presidencia y el Presidente de la Asamblea, para pasar a conversar con
empresarios de Repsol, Construcciones y Contratas, Feria de Muestras y
demás. Aquel momento, Portugal era el mayor cliente de España
por encima de América Latina. Trabajan, nada menos, que tres mil
empresas, lo que hace que la página aquella en la que se decía
que Portugal y España vivían de espaldas, era cosa del pasado.
Como la quema de aquel Palacete cuando las ejecuciones de Franco en octubre
de 1975.
De hecho la actitud de una avasallante España preocupa a una Portugal
más pasiva y más pequeña. “Con mercado único,
con moneda común, con Shegen, ¿qué queda en Portugal?”.
“Solo el fado”, comentábamos. Y aunque ya no ven a
España como en el dicho de que de España solo llegan malos
vientos y malos casamientos, los ecos de la última Cumbre de Niza
mantienen todavía algún rescoldo de resquemor.
De repente apareció un rot wyler en la recepción. Ya era
hora de marchar, y tras conocer la impresionante casona nos fuimos a los
Docas, pequeños restaurantes en el muelle donde la presidente pidió
bacallao. Yo hablé con el encargado de negocios. Había sido
el último cónsul en Hendaya y lamentaba haber estado solo
dos años. Recordaba cómo un policía francés
le dijo que no se podía acabar con ETA sin lograr que el apoyo
social decreciera a un 5%. Nada que ver con la nefasta política
del agresivo PP.
CON GUTERRES.
La primera visita fue al primer ministro Antonio Guterres en su residencia
oficial. Estuvimos casi una hora. Es un hombre cercano, cordial y directo.
Arriesgó en sus juicios sobre la situación, europea y general
diciendo cosas de interés. Le preocupaba la ampliación de
la Comunidad al Este, sin un plan preconcebido, la debilidad de la Comisión,
o un Parlamento con déficit, mientras apostaba por una segunda
Cámara compuesta por los Parlamentarios de los Estados y no se
fiaba de la tradición democrática de los nuevos aspirantes.
El no podía presionar a la justicia portuguesa y sin embargo, había
tenido que hacer una gestión en un país del Este de éste
tipo y había prosperado.
Permitió una ronda de preguntas. Yo le recordé como Monnet
había dicho que a Europa la haría la moneda y si no creía
que eso iba a acelerar las cosas. Dijo que si, pero que había problemas
de comunicaciones, de identidad, de cultura, de inmigración, que
había que abordar con un criterio más europeo.
Mardones le preguntó por el horario. Portugal tiene una hora menos
que España, como Canarias, y si eso no les perjudicaba económicamente.
Contestó diciendo que los niños salían de las escuelas
de día e iban de noche y eso no era bueno, aunque quizás
si lo fuera para él, un padre con una hija de quince años.
Me llamó la atención la respuesta. Creo que la hora de diferencia
es también un sello de identidad portugués. Otro de los
asuntos fue el de las comunicaciones. Apuestan por la conexión
con el AVE, Madrid-Lisboa, aunque los de Oporto prefieren la conexión
Lisboa-Oporto-Irún.
Después de saludar uno a uno, los portugueses son suaves y ceremoniosos,
fuimos al Palacio de San Bento, sede de la Asamblea portuguesa. Es un
bello edificio neoclásico, en cuya explanada nos esperaba una banda
que interpretó los himnos de España y Portugal y al terminar,
“Barras y Estrellas”, mientras la Presidenta pasaba revista
a aquellas tropas de guardarropía.
Había llegado el momento de la presentación de la Mesa
y portavoces de la Asamblea portuguesa, presidida por un veterano de la
política como Almeida dos Santos que lo ha sido todo, salvo primer
ministro. De ahí lo inexplicable de la ausencia del PSOE cuando
en la visita todos los interlocutores eran socialistas. El Presidente
de la República, el primer ministro, el presidente de la Asamblea.
Increíble la visión de la jugada del “líder”
Caldera.
Tras las presentaciones portuguesas, nos fuimos todos a la sala de Doña
María una reina con cierto parecido a Isabel II. Allí tuvo
lugar el encuentro conjunto de las Comisiones de asuntos Extranjeros,
Comunidades Portuguesas, Cooperación y Asuntos Europeos. Todo fue
muy civilizado. Intervenimos todos.
En mi turno les recalqué lo poco que se tarda en llegar de Madrid
a Lisboa, lo mismo que de Bilbao a Madrid y que en estos años,
la Comisión de Amistad apenas había trabajado en serio,
por lo que había que huir de las reuniones protocolarias para abordar
bilateralmente los asuntos concretos de las infraestructuras, inmigración,
agua y Europa, ante una moneda única, que estaba a la vuelta de
la esquina y ante los retos de una Europa federal, como quería
el primer ministro Guterres, una Europa demasiado grande y con una necesidad
de estar la península en el núcleo duro europeo, aunque
luego haya círculos concéntricos de poder. Si los capitales
y las mercancías andan como Pedro por su casa, las personas se
tienen que conocer para hacer cosas conjuntamente. Terminé diciéndoles
que si ellos y nosotros teníamos en común la capacidad de
convertir una suela de zapato, una alpargata, como es el bacalao, en un
plato magnífico de gastronomía y ellos tenían más
de 200 maneras de hacerlo, el planteamiento de la Comisión de Amistad
que debería reunirse en breve, no podía ser muy difícil.
La comparación les hizo gracia y todos asintieron.
Salimos de la Asamblea para ir a comer al Guincho, en el restaurant Puerto
de Santa María, frente a un Atlántico muy batido.
En la mesa que me tocó para degustar un magnífico bacalao
desmigado, nos tocó a la Secretaria General y a un diputado socialista,
Artur Penedos, que era el presidente de la Comisión de Trabajo.
Hombre de aparato, cordial, veraneante en Bayona (Galicia) destacaba como
eran más los portugueses que sabían castellano que al revés.
Mejor para ellos.
Portugal tuvo la suerte de aprovechar una buena coyuntura histórica.
Por el Tratado de Lisboa en 1668. España reconoció la independencia
de Portugal, aunque ésta se había producido ya en 1640 con
la proclamación como rey del duque de Braganza. La situación
del rey español en ese año, Felipe IV, con una difícil
posición en la guerra de los Treinta Años, así como
el conflicto catalán –la rebelión de Catalunya en
1640- con sus fuerzas militares volcadas hacia el Este, le impidió
hacer frente a lo que entonces se consideró un movimiento separatista
más, siendo imposible para España, recuperar ese reino.
En la figura del rey portugués Juan se había producido lo
que la historiografía portuguesa denomina la restauración.
A cambio, mediante el Tratado, España –en la que en 1668
reinaba Carlos II- recibió Ceuta.
De todas estas cosas me había empapado antes del viaje porque
sabía que la preguntita sobre los vascos era inevitable: “¿qué
quieren ustedes?”. Y yo les respondía, tras soltarles el
rollo histórico: “Lo mismo que ustedes”.
Habida cuenta que allí estuvimos más tiempo que el debido,
no fuimos, como estaba en el programa a visitar el Cabo de Roca. Al día
siguiente, debajo de la puerta de la habitación del hotel me encontré
con un diploma que decía, con mi nombre, como había estado
en el Cabo de Roca, en Sintra, el punto más occidental del Continente
“donde la tierra se acaba y el mar comienza”. Alguien se quedó
con un palmo en las narices, respecto a la visita, que sinceramente nos
apetecía.
Lo siguiente, tampoco tenía desperdicio. Se trataba de visitar
el Palacio Nacional de Sintra. Hacía dos años había
estado en la explanada del castillo. En ésta oportunidad estuvimos
dentro, en aquella localidad preciosa rodeada de vegetación y caza.
Destacaban sus dos chimeneas cónicas de la cocina y su estilo manuelino
con unos azulejos preciosos.
Bastante tocados por el ajetreo volvimos al hotel para al poco ir a la
antigua sede de la Expo 98. Allí nos invitaron a una buena cena
en uno de los restaurantes, el Nobrest, en el Parque de las Naciones.
Terminada la misma, y muy cerca de allí, nos llevaron al Teatro
Camoens, para escuchar a la Orquesta Sinfónica Portuguesa. Había
estado allí, cuando la Expo, en una de las últimas actuaciones
de Alfredo Kraus.
No siendo melómano, me gustó más la segunda parte
del Concierto. La primera estaba dedicada a la interpretación del
Concierto en Re Mayor de Brahms y la segunda a la Sinfonía nº
4 de Robert Schumann. La sala estaba llena, de gente joven, en día
de semana. Si yo hubiera hecho la tercera parte de los movimientos de
dirección del director chileno, Juan Pablo Izquierdo, estaría
ahora escayolado. Un tipo bueno.
COIMBRA
Cuando desayunamos en aquel elegante recinto del Ritz poco imaginábamos
que íbamos a vivir una situación inédita por lo inesperado
y arriesgado.
Se trataba de ir a Coimbra, pero a la policía se le ocurrió
que debíamos ir a 200 por hora. Llegamos en poco más de
una hora, descompuestos y a punto de tirar la raba previo hecho el testamento.
Aquello fue una verdadera locura, donde no nos matamos de milagro.
En la explanada de la Universidad nos esperaba el Magnífico Rector
que tenía aspecto insignificante y no levantaba la voz para nada.
Nos llevó a su despacho donde desentonaba el ordenador, ante aquellos
estupendos azulejos y cuadros de Rectores, todos ellos eclesiásticos.
Nos contó la historia de la Universidad fundada en 1290 en la que
los mares lejanos, navegados por los portugueses, les trajeron materiales
para maravillas varias: Los pórticos manuelinos de la Capilla de
San Miguel o la exuberancia de las maderas exóticas y del oro de
Brasil, de la que es ejemplo la Biblioteca Joanina, una auténtica
belleza que impresiona nada más entrar. Por la elegancia de la
Vía Latina se tiene acceso a la “Sala dos Grandes Actos”
ese lugar solemne adornado con retratos regios, donde continúan
celebrándose todas las grandes ceremonias académicas.
Tuvimos oportunidad de charlar con los 130 chavales españoles
que estudian en Coimbra gracias al plan Erasmus. No son muchos en una
Universidad de 22.000 estudiantes, pero si significativas sus demandas:
pensum europeo, un idioma desconocido, una ayuda miserable, veinte mil
ptas. cuando pagan por una habitación, treinta mil.
Vascos había cuatro. Tres de Bilbao y uno de Llodio. Una chica
de Munguia, euskaldum, que me contó el tipo de vida que llevaban.
Begoña Lasagabaster, presente en la Delegación, comentó,
como, desde Salamanca, había una relación muy intensa con
Coimbra.
Llegada la hora del almuerzo nos llevaron al Hotel Quinta das Lágrimas
una bellísima casona con la estatua de Doña Inés
de Castro con la cara tapada y recibiendo el besamanos de sus asesinos.
La comida, como en todo el viaje fue exquisita y la conversación
amena, ya que en la mesa teníamos al asesor diplomático
del presidente de la Asamblea, un personaje curioso y culto que se puso
furioso cuando al hablar de los fados, la Secretaria de la Asamblea dijo
que en Coimbra se hacía un fado aristocrático cantado por
hombres, no por mujeres, como en Lisboa. El diplomático montó
en cólera por la distinción, pues el fado es el fado. Yo
le apunté que eso es como decir que hay tangos aristocráticos.
¡Eso es!, contestó enérgico y desde entonces se hizo
gran amigo, mientras desgranaba el por qué el actual Duque de Braganza
nunca será Rey de Portugal y yo les decía que me maravillaba
la devoción que tienen ellos por Juan Carlos y la poca por los
suyos.
De forma más sosegada volvimos a Lisboa, cogiéndonos en
la entrada de la capital los atascos propios de un día en el que
jugaban el Benefica y el Oporto.
Siguiendo con el cuidado protocolo portugués esa noche tocaba
cena oficial en la Asamblea ofrecida por el presidente Antonio de Almeida.
Lo que más me impresionó de los prolegómenos fueron
los canapés. Realmente exquisitos. Tras ese momento de departir,
donde se busca al conocido para comentar lo cercano, pasamos a un gran
salón con murales de colores muy vivos. Me comentaron que allí
no podían llevar mandatarios africanos pues en los murales se exaltaban
las hazañas de los portugueses en Africa y allí los pobres
indígenas aparecían en actitud sumisa ante el europeo.
En el banquete me tocó al lado del representante del partido comunista,
una persona muy interesante que contrastaba con la imagen que tenía
del partido de Cabral, un estaliniano connotado. El vicepresidente del
Grupo Comunista, Carvalho, me contó como solía ir a los
Picos de Europa, que le gustaba mucho Barcelona, que Aznar no trata bien
el tema vasco, que la regionalización, por la que ellos habían
apostado volverá a plantearse dentro de unos cinco años,
y que en veinte años las cosas habían cambiado ostensiblemente.
Recuerdo con especial predilección, de un menú estupendo,
una zarzuela de langosta como no he degustado en mi vida. Pero es que
los portugueses, como si estuviéramos en el Arzac, nos pusieron
perdiz a la Sierra Morena y una “Encharcada” con ananás
y mango, realmente notables. En los postres tomaron la palabra Almeida
y Rudi. El viejo tiburón sacó a relucir toda su antigua
educación de caballero curtido y le dijo a la Sra. Rudí
que si ella hubiera sido diputada en Portugal, él no habría
llegado a ser Presidente de la Asamblea. Y es que los viejos rockeros
de la política le dan un toque de distinción a lo que dicen
que ahora, desgraciadamente, ya no se estila. La presidenta del Congreso
estuvo más oficial. Con un discurso leído y con alguna incursión
en portugués, agradeció la moción aprobada en contra
del terrorismo de ETA mientras anunciaba una intensificación de
relaciones.
Cerró todo aquel momento mágico de cortesías, salones,
menús, y compañías, una intervención de la
cantante de fados. Mafalda Arnauth, quien con tres músicos desgranó
una serie de canciones portuguesas, terminando con el clásico “Lisboa
antigua”. La chica, muy guapa, tiene un gran talento y una voz poderosa.
Debe ser una notable reaccionaria, pero cantando, era una delicia.
CON EL PRESIDENTE SAMPAIO
El jueves 18 de enero fue el último día de estancia en
Portugal. Empezamos la jornada visitando en el Palacio de las Necesidades,
al Secretario de Estado de las Comunidades Portuguesas, personaje importante
pues hay casi cinco millones de portugueses en el exterior y éste
número puede condicionar una elección. Del buen trabajo
en ésta franja por el partido socialista se han beneficiado los
actuales dirigentes.
La presidenta Luisa Fernanda Rudi no estaba muy conforme con entrevistarse
con un Secretario de Estado, pero el asunto debía tener su interés
ya que hay unos treinta y cinco mil portugueses en España y una
serie creciente de consulados, uno de ellos en Bilbao. En el turno de
preguntas me interesé por los portugueses en Luxemburgo y por los
consulados. La respuesta que dio fue en un portugués tan cerrado
que tuve que intuirla.
Tras esta entrevista, la caravana dio unas vueltas para ver de cerca
el Monumento a los navegantes portugueses, la Torre de Belén y
un Tajo con sus dos espléndidos puentes, tan originales como el
del Oporto, construido por un discípulo de Eiffel y que el día
de reflexión de la jornada electoral había sido declarada,
junto a Rotterdam, Capital Europea de la Cultura. La ciudad del Duero
hubiera hecho buena pareja con Bilbao, por su dimensión, cercanía
y aspiraciones.
Llegamos a los Jerónimos, que es un monasterio repujado en piedra,
que es una auténtica obra de orfebrería en caliza y cuyo
claustro estaba siendo restaurando. Subimos al coro y al ir, la ex-alcaldesa
de Sevilla, Soledad Becerril me dijo que aquel tubo de aire tiene su homólogo
en la Catedral de su ciudad donde lo llaman el “mata-canónigos”.
Ese día se había tenido que marchar el diputado de CiU,
López de Lerma a Barcelona. Pujol designaba a Artur Mas, conseller
en Cap, y en CiU había movida. Por esta razón no pudo estar
en la recepción del Presidente de la República, Jorge Sampaio.
Llegamos pues al Palacio, una antigua residencia real, en una mañana
luminosa y algo lluviosa. Mientras la presidenta era recibida en audiencia
privada departimos con el chambelán, un antiguo cónsul portugués
en Barcelona que preguntó por la cuestión vasca. Al poco
llegaron, Sampaio y Rudí y, sentados, fuimos presentados. Cuando
me dio la mano me preguntó: ¿Yo, a usted, no le conozco?.
Luego tuvo interés en que no me diera el sol en la cara.
Sampaio era la primera recepción que realizaba tras su triunfo
electoral del domingo anterior en una reelección para su segundo
mandato. La primera le había vencido a Cavaco Silva por 53 a 46
y ésta segunda a Freitas do Amaral por 55 a 34, con una baja participación.
En la campaña había hablado de la necesidad de que la justicia
supere los factores que la bloquean y cumpla con plenitud la función
como garante del estado de derecho. Durante sus anteriores cinco años
había ejercido una denominada magistratura de influencia, sobre
todo en asuntos sociales, mientras cerraba el imperio ultramarino portugués
con la entrega de Macao, desarrollando un excelente papel durante la crisis
de Timor Oriental.
De reconocida trayectoria democrática y liberal, diputado en tres
legislaturas, socialista, ex alcalde de Lisboa, procede de una familia
burguesa, culta y cosmopolita que heredó la flema inglesa de su
madre, conservando fama de hombre tolerante, conciliador y moderado.
A todos nos causó una buena impresión. Habló del
AVE, Lisboa-Madrid, de la necesidad de que se vuelva a abrir el debate
sobre la regionalización de la que él es partidario para
sacudir e implicar más a toda la sociedad frente al creciente centralismo
de Lisboa, a la importancia de la relación peninsular y sus preocupaciones,
a 25 años, de Portugal ante una España muy despierta y unos
empresarios portugueses demasiado poco implicados, hizo una breve alusión
al terrorismo, habló de la necesidad de un mayor interelación
de los políticos peninsulares del Parlamento y no solo los ejecutivos
y al tomarnos el Oporto, nos mostró su preocupación por
implicar a la sociedad mucho más. Constataba que en campaña
habían desaparecido las banderolas y yo le dije que esa consideración
tenía trampa, ya que él fue candidato pero salía
todos los días en televisión y eso el resto de los candidatos
no lo tenían, aunque a veces ser demasiado conocido, tampoco era
muy bueno. Dijo que sí, y que había que fomentar más
debates y más coloquios en medios públicos. Tras la foto
de rigor, salimos de aquella entrevista que nos dejó la buena impresión
de un político serio y volcado en lo suyo.
Como era la hora del almuerzo, nos fuimos a Estoril, al restaurant de
un gallego que tiene un local bajo el equívoco nombre de English-bar,
con aspecto británico, pero condumio gallego. Nada más llegar
comentamos la cantidad de whiskies que se habría tomado allí
Don Juan de Borbón. El dueño lo corroboró.
Pero no terminaba ahí los contactos. Con las mismas, vuelta a
Lisboa y vuelta a la casa del primer ministro, donde nos recibió
el de la Presidencia un político curtido con aspecto de Mr. Bean,
quien nos explicó como funciona su ministerio, como funcionan las
relaciones Parlamento-Gobierno y cual es la postura europea de los portugueses
y cosas así. Todos mirábamos el reloj pues se nos reducía
la posibilidad de ir a comprar algo, habida cuenta del programa estajovinista
que nos habían preparado.
El embajador me había comentado, ante mi admiración por
los azulejos, que él se había comprado en una fábrica
de cerámica, una colección de ellos, que los metían
en una caja, y los había puesto en su casa de Girona. Con ese dato,
con Begoña, Urán y el encargado de negocios, nos fuimos
a una zona degradada de Lisboa, pero con mucho encanto, en el Chiado.
Compré una especie de jarrón florido en azul y blanco de
una cerámica pintada a mano, que me la metieron en una cajita de
cartón, que a la presidenta le pareció como de digno inmigrante.
Entre comprar una toalla o unos azulejos, me quedé con los azulejos.
Urán compro la cola de una ballena en vidrio y Lasagabaster un
abrigo.
Eso fue lo último. Coger las cosas en el hotel, ir al aeropuerto,
despedirnos, mientras Mardones nos contaba sus vivencias en Rodesia y
Mauritania y, al avión.
Llegamos tarde con la hora de diferencia y, a las doce, cogimos el coche
para volver a Bilbao. Ni un segundo en Madrid. Un poco más y nos
cierran Somosierra por la nieve.
En casa, Iker, el crío, en tres días había crecido
tres cms y Naiara, la cría se había quedado sin una paleta
dental, pareciendo Doña Rogelia. La vida continuaba.
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