La Unión Interparlamentaria, como su nombre lo indica, es una
Asamblea de todos los Parlamentos del mundo. Fue fundada en 1889 y es
por tanto la decana de las organizaciones políticas multilaterales.
Cuenta en la actualidad con la presencia de 141 parlamentos de todo el
mundo, desde Andorra a Sri Lanka, pasando por San Marino, la India, China
y Perú.
Nosotros, como PNV, siempre hemos estado en este foro, incluso en los
tiempos del franquismo, en los que Julio Jáuregui era nuestro representante
al haber sido elegido diputado para el último congreso republicano
en 1936. Y digo siempre, hasta que en esta legislatura una jugarreta del
PSOE, por atender a sus amigos de ERC, nos quitó la representatividad
y no hubo manera de lograr estar presentes hasta que, ¡muéranse
del susto!, el PP, consideró que aquello era una arbitrariedad
y rehizo la composición de las delegaciones para que pudiéramos
estar presentes. ¡Ten amigos para eso…!.
El caso es que la UIP celebra todos los años una reunión,
llamada de otoño, en Ginebra, la aburrida ciudad suiza al borde
del lago Leman, con su surtidor en medio y su sede europea de las Naciones
Unidas.
Este año, además de hablar sobre emigración, la
gripe aviar, el desarrollo, el comercio internacional, la interacción
de los parlamentos para el desarrollo de la democracia, la lucha contra
el terrorismo, y el papel de los parlamentos en materia de prevención
y reconstrucción, así como de la protección de grupos
vulnerables en relación con las catástrofes naturales, había
un punto en el orden del día cargado de dinamita. Se trataba de
elegir un presidente para los próximos tres años. Tras la
plomiza e insustancial presidencia del chileno Sergio Páez, le
tocaba presentar candidatura a Europa.
Estas presidencias tienen la importancia que tienen. Si la persona es
un burócrata, la gente se muere de aburrimiento. Si es un político
con marcha, la cosa adquiere visibilidad. En su día el presidente
de esta Asamblea fue aquel socialista con barbas y sin corbata llamado
Miguel Angel Martínez, que no vivía más que para
la UIP y que una vez elegido presidente dimitió al año y
medio pues su partido, con todo lo que había costado elegirle,
lo presentó como candidato a eurodiputado y los eurodiputados no
tienen derecho a ser elegidos en la UIP porque eso del Parlamento Europeo
sigue sin ser considerado por algunos como un Parlamento serio.
En todas estas reuniones, siempre hay fanáticos de ellas que
se conocen a todo el mundo, te dan la mano a todas horas, se saben el
punto cuarto del reglamento y besan muy bien las manos de las señoras.
Es el caso de Geert Versnick, un belga de Gante, liberal, que además
era el presidente de la llamada Comisión de los Doce Plus, es decir,
Europa, más Israel, más Canadá.
Versnick, a quien el grupo español llamaba “pocholo”
se las veía muy felices. Tenía el poderoso apoyo europeo,
conocía la organización, saludaba a todo el mundo, había
hecho el esfuerzo de aprender el castellano, tuvo el detalle de venir
a la Cumbre de Parlamentos Iberoamericanos de Bilbao a hacer campaña,
viajó a Madrid a estar exclusivamente con la delegación
hispana, y presentó un programa en varios idiomas, donde decía
que la UIP tenía que ser más atrevida, adelantarse a los
acontecimientos, cooperar con las OMC, promocionar la igualdad, los derechos
humanos, organizar más conferencias regionales y tratar de lograr
que de 141 parlamentos presentes en la UIP se pasara a 187 que son todos
los países que tienen parlamento en el mundo.
El hombre se veía ya como presidente hasta que de repente salió
como una tromba el presidente de la Cámara de Diputados italiana,
Pier Fernandino Casini, un boloñés alto y buen mozo de cincuenta
años, antiguo eurodiputado, miembro del grupo parlamentario del
PPE, tres hijas, en trámite de separación de su dona, y,
desde el 2001, presidente de la Cámara de Diputados italiana, diciendo
que él también quería ser presidente de la UIP. En
televisión le vi esta semana darle dos besos a Berlusconi.
El hombre, al parecer, quiere también optar para ser presidente
de Italia, como Francesco Cosiga y la vitola internacional de la UIP le
viene muy bien hasta el punto de que se fue de Roma a Ginebra con su jet,
sus nueve intérpretes en árabe, chino, español, francés,
inglés, alemán, árabe, ruso y malayo que le acompañaban
a todas partes. Aquello era todo un espectáculo. Besos, fotos,
abrazos, autógrafos, invitaciones, programas y presiones. Berlusconi
puro.
La delegación española había optado por Casini
en virtud de un acuerdo de Marín con el italiano mientras yo les
argumentaba que era mejor para la UIP un tipo que agotara su trabajo en
la UIP y no un pavo real que utilizaría la UIP como trampolín.
Yo, voté por el belga.
Las reuniones de las comisiones y el pleno se realizaron durante los días
lunes, martes y miércoles de la penúltima semana de octubre,
pero mientras cada uno hablaba de los temas que he enunciado antes, el
calorcito de la asamblea estaba en los pasillos.
Le vi al pobre Versnick empezar a palidecer el miércoles cuando
ya el pescado se veía que estaba todo vendido a favor del italiano
que en sus cinco minutos de intervención ante el plenario, antes
de la votación, se empleó a fondo pronunciando un discurso
con una demagogia fantástica.
Le copió a Versnick su programa, se metió a las mujeres
y a los jóvenes en el bolsillo, habló de las conferencias
sectoriales, dijo que él quería representar a los ciudadanos
y acercar la política al hombre de la calle, pidió más
autoridad y mayor flexibilidad, abrir la puerta a los que no están,
tratar de recuperar a los Estados Unidos, solicitar mayor continuidad
en las delegaciones, gritar que la UIP no es una ONG, requerir menor timidez
y mayor orgullo parlamentario mientras les decía a los gobiernos
que ellos tienen su legitimidad gracias a los parlamentos. Se comprometió
a dedicarse a la UIP, a golpear cada puerta y a decir que cada año
la UIP será noticia por algo y no como esa noche que de su elección
sólo se iban a enterar en Italia. Todo un artista. A su lado, Giulio
Andreotti aplaudía y una señora nos decía. “Si
gana Casini, a la noche, en el hotel presidente Wilson, lo celebraremos
con Moët Chandon”.
La consigna de menos burocracia y más parlamentarismo y más
política, caló hasta el punto que logró 230 votos
frente a los 107 de Versnick, que detrás nuestro no sabía
cómo aguantar el tipo.
No se lo que dará de sí el personaje ni si la situación
italiana con un Berlusconi acosado por Romano Prodi le permitirá
dedicarse a la UIP, pero si lleva a la práctica la mitad de lo
dicho, la UIP va a ser la pera.
LA SALA DE SERT
Nada más llegar el lunes 17 me llevaron del aeropuerto a la sede
de la antigua Sociedad de Naciones. Querían que viésemos
la sala Francisco de Vitoria que había sido pintada por Sert en
tiempos de la República. Y fui porque creo que tenemos que sacar,
nosotros, más a pasear a este vasco universal.
En la Sala Francisco de Vitoria (Sala de los Consejos), frente a los
grandes ventanales que dan al Mont Blanc y al lago Léman, se extienden,
en tres muros y en el techo, los 495 metros cuadrados de pinturas murales
que José María Sert realizó de marzo de 1935 a mayo
de 1936. Fueron ejecutadas al óleo sobre tela en el taller de Sert
en París, después transportadas a Ginebra y pegadas a los
muros del Palacio de las Naciones.
La primera impresión que producen esas pinturas es la de una
gran visión escenográfica, la de un teatro monocromo donde
se agitan y retuercen una multitud de personajes dantescos. Algunos críticos
norteamericanos, en el momento de la inauguración, consideraron
que eran el equivalente moderno de los frescos de Miguel Angel de la Capilla
Sixtina.
Sólo tres colores se utilizan en la Sala: el fondo de oro de
los tapices como en el Museo San Telmo o en el Rockefeller Center, el
sepia de las figuras y el mármol de las grisallas. Sert no es un
pintor de fuertes cromatismos; elimina de su paleta todo aquello que entorpezca
la sensación visual, y pretende dar color no con el color mismo,
sino con el volumen, con las formas. No es una visión cromática,
sino arquitectónica, mucho más atenta al dibujo que al color.
Por encima de esos bajorrelieves ficticios, de imágenes a gran
escala, se extienden los seis tapices en los que se representan los temas
principales de la Sala.
En septiembre de 1934, estando el Palacio de las Naciones aún
en construcción, a la pregunta del escritor y periodista suizo
Jean Marin sobre cómo concebía la decoración de la
sala, Sert contestó: “Me guiaré por una idea muy sencilla:
lo que separa y lo que une a los hombres”. Lo que separa: la guerra,
el odio, la crueldad, la venganza, la opresión, el odio, la crueldad,
la venganza, la opresión por el trabajo, la injusticia, la esclavitud
y del trabajo penoso, el espíritu de igualdad y de concordia del
devenir histórico, una visión de armonía y de justicia
entre los pueblos del mundo, principios que mantenía la Sociedad
de Naciones y con los que el pintor español se sentía plenamente
identificado.
El don que la República hacía al Palacio en construcción
tenía por objeto honrar la figura del Fray Francisco de Vitoria,
el vasco fundador del derecho internacional. Desde su cátedra de
la Universidad de Salamanca, en el siglo XVI, fue el primero que formuló
la noción del orbis concibiendo el mundo como una unidad política
que tiene el poder de hacer leyes aplicables a todas las naciones y a
todos los hombres. En una época tan atormentada por los conflictos
religiosos y las guerras de conquista, Vitoria afirmaba que “la
diversidad de religión no es causa justa para una guerra”,
ni lo es tampoco “el deseo de ensanchar el imperio” ni “la
gloria o cualquier otra ventaja del príncipe”; que no existirán
la paz y la concordia entre los pueblos hasta que la violencia quede eliminada
como arma de razón. Y eso lo dijo hace cinco siglos. El deseo del
Gobierno republicano de dar a esa Sala el nombre de Francisco de Vitoria
suponía un reconocimiento internacional de su labor en pro de la
paz y de la justicia, precursora de las ideas que mantenía la Sociedad
de las Naciones.
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