PRÓLOGO
Por Xabier Arzalluz
Quien conozca por dentro la Cámara de los Comunes
del Parlamento de Westmister por los pasillos o antecámaras que
se hallan a ambos lados de la gran sala o Cámara Baja. Son los
“Lobby”, donde aun hoy, aunque mucho menos, los M.P., “Members
of Parliament” o diputados, recibían a los electores de sus
distrito que tuvieran quejas, peticiones o requisitos de gestiones de
quien era su representante en el Parlamento.
Algo tan simple en origen ha dado lugar en el transcurso
del tiempo, especialmente en los EE.UU. a todo un sistema de organización
de los intereses ciudadanos de cara a los legisladores y gobernantes.
De pasillo o antecámara, la palabra “Lobby” ha pasado
a significar un “grupo de presión” que sigue siendo,
en el fondo, una forma organizada y compleja de comunicación entre
representados y representantes.
Esta forma de representación surgió bajo
un sistema electoral llamado “mayoritario”, por el que Gran
Bretaña se organizaba en tantos distritos electorales cuantos diputados
ocupaban su escaño en Westminster y en el que cada Distrito tenía
su Diputado directamente elegido, siendo siempre el que más votos
alcanzara de todos los que se presentaban en él a la elección
parlamentaria. Para los ciudadanos del Distrito era “su” Diputado,
aun cuando no le hubiera dado a él su voto.
Hoy, en Gran Bretaña el sistema es sobre el papel
el mismo, aunque el Diputado, que sigue siendo individual y directo, está
encuadrado cada vez más en la maquinaria de los Partidos Políticos.
Y, aunque no sea justo decir que este entronque haya sido perjudicial,
la comunicación elector-elegido es hoy en Gran Bretaña,
como en todas partes un grave problema, y el alejamiento del ciudadano
de los centros de poder, de la política y hasta de los procesos
electorales es realmente preocupante.
En el Continente, salvo raras excepciones, el sistema
electoral es generalmente el llamado proporcional, más representativo
pero más “anónimo”, en el que el diputado se
halla escondido en larga lista de candidatos que se toman o se dejan en
bloque, y se encuadran bajo las siglas y los logotipos de los Partidos
o de las Agrupaciones Electorales. La relación se establece básica
y casi exclusivamente entre Partidos y electores y no tanto entre electores
y elegidos.
Por otra parte, el alejamiento de los ciudadanos de los
círculos d poder, si es grande ya en los Estados constituidos,
amenaza con ser insalvable el día en que una UE ampliada, con más
de 300 millones de ciudadanos, tanto el Parlamento Europeo, como el Gobierno,
cuando lo sean de verdad, estarán muy lejos del día a día,
del alcance y de las preocupaciones de los ciudadanos. Y ello a pesar
de la existencia, al menos sobre el papel, de una Organización
oficial de Regiones y Municipios, cuya misión sería la de
llenar el abismo creado y acercar las Instituciones centrales a los ciudadanos.
Es cierto que hoy en día la proliferación
desmedida de medios de comunicación escritos, audiovisuales o por
las grandes autopsias de Internet contribuyen, no sólo a informar
de lo que sucede en el ámbito político, sino resalta también
los problemas y exigencias de los ciudadanos.
Se les llama “medios”, porque son los que
intermedian entre los ciudadanos y los elegidos por ellos. Sin su mediación
no sabríamos lo que sucede ni llegarían nuestros requerimientos
hasta ellos. Otra cosa es la calidad de esa “mediación”
y su credibilidad y su veracidad, desde el momento en que todos ellos
dependen, o bien de los poderes públicos, no debidamente utilizados
o manipulados desde el poder, o son propiedad de Bancos o Consorcios que
gastan ingentes cantidades de dinero para defenderse, para atacar o simplemente
buscar, a través de ellos, la consecución de sus intereses.
En España, muy especialmente, se da, además
de lo dicho, la grave anomalía de que el grupo en el poder controla
no sólo los medios públicos de Radio y TV, sino que dirige
omnímodamente otros medios de prensa, radio y TV, teóricamente
privados, comprados por empresas públicas privatizadas pero pendientes
por el truco de la “acción de oro” del grupo gobernante.
Esto es lo que ha dado lugar al llamado “pensamiento único
aznarista”, ante el cual el ciudadano común se halla absolutamente
indefenso y que echa por tierra postulados básicos del concepto
mismo de democracia. El representante del pueblo, el elegido se encuentra,
pues, mediatizado por los omnipotentes medios de comunicación.
Este libro presenta una recopilación de artículos,
escritos por el diputado Iñaki Anasagasti en el diario DEIA. No
conozco ningún otro caso de un representante popular, sea del Partido
que sea, que comparezca domingo tras domingo a referir a sus lectores
la crónica política de la semana, vista fundamentalmente
desde la perspectiva parlamentaria, en cuanto contenidos de los proyectos
de ley en marcha y consiguientes debates de tramitación, o en su
papel del control o denuncia de las desviaciones del Gobierno, o de visitas
parlamentarias a otros Estados, salpimentado todo ello con observaciones,
siempre agudas y a veces aceradas, desde una óptica de actor o
testigo directo. Es, en todo caso, un empeño loable de comunicación
con sus electores, que si fuera secundado por otros protagonistas de la
vida parlamentaria, desde ámbitos políticos diferentes,
tendríamos un espectro de análisis de hechos políticos
de máxima actualidad, parciales y partidistas ciertamente, pero
no menos que los de tantos comentaristas, tertulianos y plumillas, sectarios
a veces, mercenarios con frecuencia y subjetivos siempre.
El mérito de este libro es, precisamente, el esfuerzo
de comunicación, único que yo conozca, de un diputado que
transmite a sus lectores una política vivida, con todos los ingredientes
de partidismo y de subjetividad, reconocidos abiertamente, pero a pie
de tierra.
Difícilmente podrá el lector estimar
en su valor el sacrificio de un diputado que, tras emplear la semana en
el trajín político de Madrid lejos de su casa, se sienta,
sábado tras sábado, ya entre los suyos, par informar a quienes
le han confiado la responsabilidad de representarles.
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